Como un viejo amigo de toda la vida, un libro de cabecera o el arco iris después de la lluvia: Glendalough es uno de los parajes que nunca defraudan. He estado aquí varias veces y, casi siempre, con mal tiempo. Y aún así hay algo en el ambiente que te atrapa y te hace querer quedarte un poco más.
Fundado por San Kevin en el S.VI, este asentamiento comenzó como un modesto lugar donde el renombrado ermitaño impartía sus enseñanzas diarias. Conforme pasaron los años (y ya después de su muerte), aquello dió lugar a uno de los enclaves monásticos más importantes de la Edad Media en Irlanda. Para entonces ya contaba con varios monjes, muros de protección, un pequeño poblado anexo y acceso a una de las rutas comerciales más importantes del país. A pesar de los continuos intentos de saqueos, los monjes consiguieron mantenerse hasta que llegaron las consecuencias de la invasión Normanda en Inglaterra y se redistribuyeron las tierras eclesiásticas. Los monjes fueron obligados a marcharse a Dublin y la zona cayó en el olvido (también los ingleses quisieron dejar su huella y arrasaron con todo lo que pudieron - y en años posteriores, gracias a nuestro “queridísimo” Enrique VIII, todo lo que se asociaba a la Iglesia Católica tenía los días contados, pfff…)
Cuento todo esto porque es importante entender cómo algo de este calibre termina hoy en estas condiciones. Las decisiones políticas de la época (como las de ahora) son siempre cortoplacistas y sin analizar bien las consecuencias a largo plazo. Es que si no hubiese pasado esto, hoy estaríamos visitando un enclave único en vez de las ruinas de un pasado brillante. Y esas torres redondas tan características no serían sólo un debate sobre su uso (campanario, almacén,…) sino que tendríamos muy claro para qué servían realmente.
En fin, que me lio. Glendalough, qué bonita eres. Hoy hemos visto el centro de visitantes (con su correspondiente video informativo), la zona eclesiástica y después hemos hecho una ruta por el valle (que aquí hay unas cuantas y los caminos están despejados y MUY bien indicados por un sencillo código de colores. El final de esta ruta termina en las ruinas de lo que fue en su día un pequeño pueblo minero. Resulta que alguien avispado montó a principios del S.XIX una explotación de plomo en el valle que estaría abierta hasta bien entrado el S.XX. Aquí llegaron a vivir hasta 70 personas incluidos mujeres y niños. Mirando bien lo que queda en pie no quiero ni imaginarme lo que sería levantarse aquí todos los días rodeado de todo ese tinglado de ruidos, maquinaria infernal y gente cansada con el cuerpo y los pulmones al límite.
Y ¿dónde hemos cenado hoy? Pues en The Old Ship Inn, exactamente igual que ayer. Porque no hay nada mejor que tratar con cariño tanto a parroquianos como a foráneos y precisamente la recompensa es que volvemos a repetir.
Por cierto, se me olvidaba comentar la anécdota del día. Mientras esperábamos para entrar en el centro de visitantes, P. le ha preguntado a uno de los trabajadores algo sobre Glendalough y, Oh sorpresa, resulta que habla español muy bien porque estuvo de Erasmus en Córdoba, conoció allí a la que hoy es su mujer y estuvo luego viviendo 12 años en España. Increíble!!!
Buenas noches!!




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