Lunes, planeta Tierra: día de cierre de museos. Si, pero aquí eso no es problema para un occidental porque sólo pasear ya es entretenidísimo! Y si encima lo acompañas de tiendas a tu gusto, muchísimo mejor. Por eso nos hemos acercado al barrio tecnológico por excelencia: Akihabara. Y nos lo hemos pasado genial.
Hace un par de años pasamos por aquí unas horas, pero acabamos agotados tras ver tres o cuatro tiendas de la calle principal (porque queríamos ver todo - todo, obviamente). Pero ahora, sabiendo bien de qué va el tema, sólo con pasar por delante de la tienda de turno ya vemos si merece la pena o no. La experiencia siempre da puntos!
En este barrio también hay locales temáticos y curiosos, pero nos hemos quedado con uno que servía una especie de
fondues de helado. Nos ha gustado mucho aunque irónicamente lo mejor han sido los tés Matcha (en este país están de auténtico escándalo!)
También hemos pasado por
Asakusa y sus callecitas junto al templo
Senso-ji (llenas de puestos de comida, ropa, recuerdos... y de gente). Hemos pillado alguna cosa, pero lo mejor ha sido poder hacer fotos al atardecer de su preciosa pagoda de 5 pisos. Que bonita!!
Siempre habíamos querido ver el famoso barrio de
Ginza en todo su esplendor. Y es muy impresionante pero quizá recuerda tanto a esas calles de ciudad moderna de hoy (tipo Manhattan, por ejemplo) que en mi opinión le hacen perder un poco de encanto. A ver, no es que esté menospreciando la zona, sino que aquí no vamos a encontrar nada nuevo estéticamente hablando ni ese aire al “Japón auténtico”.
Y digo estéticamente de puertas para fuera. Porque en Japón la magia tiene lugar dentro. Y los locales serios donde saben atender al cliente de manera exquisita nunca van a publicitarse con colores chillones ni casi carteles. Unos simples
kanjis ya nos lo dicen todo. Aunque hay que estar atentos o el local no llamará la atención y no lo encontraremos. Esto es justo lo que nos ha pasado con el restaurante
Kisoji. Google Maps me indicaba su localización perfectamente pero no me decía que estaba en la 5ª planta de un edificio a la que sólo se podía acceder en ascensor. Ha sido una amable lugareña la que, al vernos con cara de confusión, se ha ofrecido a ayudarnos y nos ha sacado de dudas. De verdad lo de este país es digno de admiración.
En el restaurante hemos sido (una vez más) los “amables exóticos”. Nos habían recomendado este local para probar esa especie de fondeu japonesa, el famoso shabu-shabu. Ojo, lectores, que esto no tiene que ver con queso fundido, sino con un puchero enorme de agua hirviendo en el que se echan verduras y carne, para después mojarlo en platitos de varias salsas (cacahuete + sésamo y/o soja japonesa).
Pero obviamente no sabíamos que este plato tiene su orden y su técnica. No pasa nada: las camareras de kimono elegante nos han ayudado un montón y hasta les ha parecido simpático que seamos españoles. También a los clientes de la mesa de al lado, que al final han terminado charlando con nosotros. Que buen rollo, por favor!!
Al salir del restaurante (con una enorme sonrisa en los labios) hemos paseado un poco por el barrio y nos hemos encontrado con otra zona de alumbrado navideño, con un pequeño montaje de luces y sonido bastante chulo.
Ay. Qué rápido se nos están pasando los días. Demasiado rápido!!
Buenas noches!