Después de tantos días fuera de casa, nos ha costado mucho meter todo en la maleta. Lo esperado, vamos. Por suerte volamos por la tarde y el aeropuerto no está muy lejos de la ciudad, con lo que podemos aprovechar bien el día (y el pedazo de sol que nos acompaña!)
El Jardín Japonés de Portland es otra razón más para valorar la singularidad de esta ciudad. Situado en las colinas de la ciudad, se considera el más auténtico fuera de Japón. Creado en los años 60, ofrece a los visitantes un oasis de paz y armonía (aunque los fines de semana se ponga hasta arriba de turistas y hay que verlo a primerísima hora - mil gracias, madrugones patrocinados por el jet lag!! -). Con la entrada te dan un mapa en el que se detallan las diferentes zonas del jardín (por cierto, tiene hasta una “tea house”). En menos de una hora se ve todo pero merece mucho la pena.
Por cierto, ojito al tema del parking porque es complicado encontrar sitio: aún siendo de pago, hay pocas plazas y, si no hay suerte, hay que dejarlo en la calle a bastante distancia.
A pocos minutos del jardín se encuentra Elephants Delicatessen. Es difícil describir este sitio pero digamos que es un local enorme lleno de pequeños puestos de comida donde puedes fabricarte tu lunch. Te lo hacen en el momento, con productos de muy buena calidad. Nosotros hemos pedido sopa y sandwich cada uno y estaba todo buenísimo. También tienen una zona de bar para pedir, cómo no, uno de esos ricos cafés de Portland y otra zona para comprar productos delicatessen de importación (vinos, quesos, embutidos,…). Muy curioso!
De camino al aeropuerto hemos hecho la última parada en The Grotto, un santuario católico al aire libre situado a los pies de un despeñadero. Justo este año se cumplen 100 años de su creación cuando Fray Ambrose Meyer hizo realidad su promesa de “hacer algo grande para la iglesia” (promesa que le hizo a la Virgen María tras haber salvado a su madre de un parto muy complicado). El santuario pertenece a los Siervos de María y, además tiene zona de jardines en la parte alta del despeñadero a la que se accede - previo pago - con un ascensor.
Tras echar gasolina, devolver el coche y llegar al aeropuerto con margen suficiente, nos hemos dado cuenta de que toda esta zona y en general el estado de Oregón, se quedan un poco a la sombra de sus vecinos de Washington y California. No se promocionan mucho y quizá eso sea una ventaja para aquellos que queremos buscar pequeñas joyas escondidas lejos de las masas de turistas (no, aquí no hay grupos de chinos impertinentes). Oregón es un estado precioso con una naturaleza salvaje que atrapa. Está claro que tenemos que volver en un futuro no muy lejano para seguir viendo cosas.
En breve montamos en el avión. A ver si podemos descansar algo antes de llegar a destino.
Hasta la próxima, Portland!!!
¡¡Hasta el próximo!!
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