Cerca de Montreux se encuentra la famosa fábrica de chocolate de Cailler. Hace 5 años no conseguimos verla porque llegamos por la tarde y las visitas ya estaban casi completas (creo recordar que se hacían por idiomas). Pero parece ser que desde hace un año o así han conseguido un poco más de orden y fluidez gracias al invento de la foto: la "chocoguía".
Lo sé. El nombre es de risa, pero es un sistema genial y mejor que una audioguía tradicional. El aparato en cuestión tiene un sensor y cuando se aproxima a uno de los pequeños cuadrados emisores colocados estratégicamente a lo largo del recorrido, se activa y empieza la narración en el idioma seleccionado inicialmente. Una vez más, tener auriculares facilita muchísimo ver bien todo y hacer fotos, jeje!
Por cierto, que la visita (regulada obligatoriamente en pequeños grupos) empieza con una breve historia del chocolate, del señor Cailler, sus diversas alianzas para sobrevivir y su implicación en el mercado nacional e internacional. Después llegan las explicaciones sobre la elaboración del chocolate y la degustación (te enseñan cómo saborearlo estupendamente con una porción). Finalmente, tras ver un poco la cadena de montaje, llega el momento que todo chocolatero está esperando: "la gran cata". Y es que sobre un gran mostrador, hay unas 6 ó 7 bandejas de pequeñas porciones listas para ser devoradas (y si a alguien no le gusta, no pasa nada, porque ya vendrá otro detrás a ocupar ese hueco vacío!).
Hemos tenido suerte yendo a primera hora, porque la parte interactiva se disfruta muchísimo más siendo pocos (en nuestro grupo éramos 5), pero cuando estábamos en la parte final ya nos han alcanzado varios grupos posteriores que, entiendo, se habrán saltado paneles interactivos (incluso los tranquilos pasos de cómo se hace una degustación) para ir directamente al final. Una pena, porque se ha formado un tapón de gente un tanto incómodo delante del mostrador y aquello ya no era lo mismo. Así que queda claro que, para esta visita, lo mejor es estar allí a la hora de apertura... y, si se puede, fuera de fin de semana.
Con tanta historia se nos ha pasado la mañana volando y, aprovechando que la fábrica se encuentra a pocos kilómetros de Gruyères, nos hemos acercado allí a comer.
Esta vez nos ha tocado dejar el coche en el parking 1, el más lejano (al módico precio de 5CHF) y subir por tanto la cuesta entera. No está nada mal, teniendo en cuenta que ya habíamos visto el pueblo en su día... y así llegábamos con más ganas para tomar la imprescindible fondue local. En Le Chalet de Gruyères nos han servido una riquísima y, a sugerencia de la camarera, sólo hemos tomado agua al comienzo, para evitar la clásica pesadez de este plato. Genial, oiga!
Como no podía ser de otra manera, el café nos lo hemos tomado en el bar del Museo HR Giger. No sé si es que hemos llegado a la hora perfecta, pero hemos conseguido sitio fácilmente en la barra. Además de pedir un "Alien Coffee" y un "Giger Coffee", nos hemos divertido muchísimo haciéndonos fotos y más fotos.
Nota: Hemos encontrado una mejora importante con respecto a la vez anterior. Ahora, hay más sitios disponibles en general en todo el local. Incluso junto a los sillones de la barra han puesto unos taburetes del mismo color (que no desentonan para nada!). Bien por el visionario de turno!
Ya en carretera nos hemos dirigido hacia la que será nuestra última parada del viaje: Lausanne. Que se pronuncia /LóZaN/ (ni "LAUsán" ni "LáuSSaNE"), aunque esa "o" acentuada se hace tan cerrada que a veces suena un poco como "u"). Filologadas aparte, la ciudad nos ha sorprendido gratamente. Aún conserva bien las pequeñas y empinadas calles de su casco histórico, incluso tiene esos tejaditos "anti-mal tiempo" tan monos sobre las escaleras que suben hasta la parte de arriba. Y, una vez alli, uno puede disfrutar de la visita a la catedral y de la subida a su torre (que con 224 escalones, se hace en varios tramos y no es nada pesada).
Pero si por algo es conocida Lausanne, es por ser la sede del Comité Olímpico Internacional (COI) y, por tanto, considerada como la "Capital Olímpica" por excelencia.
Aquí se encuentran también el Museo Olímpico (no hemos podido verlo por falta de tiempo) y el Parque Olímpico. Ha sido en este último donde hemos hecho varias fotos temáticas con sus esculturas y estatuas modernas (algunas "demasiado" modernas) hasta que han aparecido las primeras gotas de lluvia.
La verdad es que hemos agradecido mucho que descargaran las nubes. La humedad en esta zona hace que el cuerpo esté más agotado de lo normal. Definitivamente estábamos mejor en las montañas - pero muchísimo mejor!! -.
El postre de esta noche (a modo ya de despedida) ha sido un helado especial de Mövenpick. No podíamos irnos de otra manera. En unas horas toca hacer bien la maleta y necesitamos mucha energía para ello, jeje!
Qué rápido se nos ha pasado el viaje.
Buenas noches!
No está mal subir 224 escaloncillos de nada después de ñam ñam un montón de chocolat y una petite fondue del quesillo favorito de los ratoncitos avispados! ¡Vaya vaya qué dura es la vida!
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