Cambiamos de día y cambiamos de zona a visitar. Hoy nos movemos hasta el norte para ver el área de Arashiyama, el lugar preferido en su día por la familia imperial para escapar del sofocante calor del verano.
Además de pasear cerca del río y disfrutar de los colores otoñales del Momiji (hoja roja del arce japonés), se pueden ver templos y santuarios: en nuestro caso, hemos escogido una entrada combinada de templo y jardines Tenryunji (hay que verlos en este orden).
A la entrada del templo - cómo no - se encuentra la zona especial para dejar el calzado. Y una vez dentro, ya puedes pasear tranquilamente por la nave central y por una especie de camino techado que transcurre junto a unos jardines preciosos. Nos ha parecido una pasada pero cuando en la calle hace 7ºC y caminas sólo con calcetines, en fin, qué frío te entra.
Aunque también se pueden ver desde el templo, las vistas de los jardines Tenryunji son una pasada, especialmente en esta época, con esa mezcla de rojos, marrones, amarillos y verdes. Dan ganas de quedarse horas y horas contemplando esta maravilla. Aunque luego te das la vuelta, ves la cantidad de gente que tienes por todos lados y se te quita un poco la emoción. Es lo que tiene estar en el segundo lugar más turístico de Kyoto.
Por cierto, aquí también hay muchos (muchiiiiiisimos) chinos - parece que esto ya no es algo anecdótico y se está convirtiendo en una estampa habitual de los viajes. Qué fácil es indentificarles por esa mala educación que tienen haciendo fotos o dando gritos para casi todo. Paciencia pues.
Aunque donde más molesta tener gente es en el bambusal que hay en la entrada norte del recinto. Puede que sea una de las estampas más conocidas del parque, perfecta en colores, sinónimo de armonía... pero hoy por hoy es complicadísimo hacer una foto sin tropecientas mil personas paseando a la vez. Según me ha parecido leer, el viento suele agitar los troncos creando un sonido único, pero ni nos hemos molestado en averiguarlo, porque nosotros solo oíamos algo así como "ni haooo... mei haooo kan... oyoooowaaaa.." (léase en tono de saludo de tienda de todo-a-cien de barrio). En fin.
El santuario de Nonomiya es justo lo que necesitábamos para comprender un par de cosas muy importantes: primero, que a pesar de todo, aún quedan sitios fuera del radar de la masificación y, segundo, que el turismo chino es básicamente "turismo de hacer foto famosa para añadir a la lista de méritos".
Nonomiya es un pequeño y discreto santuario sintoísta donde uno puede pasear sin problemas ni agobios. Y sin aglomeraciones orientales, por supuesto. En su día aquí venían las princesas niponas que buscaban purificarse. Hoy los sintoístas pueden rezar a sus deidades mientras los demás intentamos pasear por allí con el mayor de los respetos.
Las mejores vistas de Kyoto sin duda están en lo alto del monte al otro lado del río Katsura. Hay que hacer una buena subida de unos 20/25 minutos para finalmente llegar al mirador y descubrir que todo está plagado de macacos japoneses. Hay una serie de normas básicas (no hay que tener demasiado contacto visual con ellos, hay que mantener la distancia de seguridad, no hay que agacharse en ningún momento. Pero luego te das cuenta de que están más que acostumbrados a los humanos y que lo importante es dejarles estar a su ritmo.
Una curiosidad a descatar: se les puede alimentar desde dentro de una caseta especial con rejas. Es decir, uno se mete en la caseta, compra una bolsa de cacahuetes, y pone la mano firme y recta junto a las celdillas hasta que algún macaco se acerca, mete la mano y pilla el tesoro.
A media hora de distancia (y un enlace de autobuses) se encuentra Kinkaku-ji, el pabellón de oro. Es otro de esos sitios saturados de gente haciendo fotos como si no hubiera un mañana pero, como hemos llegado al atardecer, la gente rotaba bastante rápido de la primera fila del mirador del lago y al final se ha hecho bastante llevadero. El pabellón en sí no se visita por dentro (parece que no se puede) pero sí que hemos hecho muchas fotos por fuera y por los jardines adyacentes. Es una de esas visitas que hay que hacer aún sabiendo lo turístico que es.
Terminamos el día cenando en Tsukiji Sushisei. Hemos tomado buen sushi aunque, todo hay que decirlo, ya habíamos probado mejores piezas en la península. Con esto cae el mito de que en este país está el mejor sushi, jaja! Eso sí, hemos cenado en la barra y hemos disfrutado como enanos mientras los lugareños intercambiaban palabras y el camarero preparaba nuestras piezas con esmero.
Se me olvidaba comentar que en el autobús desde el Pabellón de Oro hasta la estación hemos coincidido con un mochilero argentino muy aventurero que está recorriendo el país sacándole todo el partido al Japan Rail Pass. Ha sido una conversación muy divertida. Ahora que lo pienso, ni se ha presentado ni sabemos su nombre, pero seguro que durante el medio mes que le queda por estas tierras, se lo va a pasar estupendamente.
Buenas noches. Konbanwa!! ;)
Ese bambú gigante es lo que más me impresiona ,pensaba que el bambú era como de dos metros de alto, los colores tan preciosos de los jardines ¡ay cómo me gustan!quedároslos en la retina para las noches de insomnio
ResponderEliminarA mi me ha dejado intrigado lo de que no te puedas, o no debas,agacharte en presencia de un macaco japonés. No se como tomarlo! 😜😱😱
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